jueves, 26 de junio de 2014

Somos pura ilusión.



Volví a escribir, y es que no podía ser de otra manera. Quiero declarar a todo quien quiera leer, que estuve presente en el Maracaná el día que Chile eliminó al campeón del mundo. Y eso vale la pena comentarlo.

            Lo del 18 de junio pasado hay que atesorarlo, no sólo por lo que pasó en la cancha en donde tuvimos una banca clarita, que supo como plantear un partido bravo: cinco en el medio para evitar el transito del “tiqui taca” español, no hubo espacio libre para un pase, no existía un segundo disponible para pensar. Dos centrales, Silva y Jara, que fueron verdaderos cancerberos de los delanteros rivales. Un libero que barría con todo lo que se filtrara. Y arriba dos aviones, dos jet a la velocidad del sonido que buscaban la gloria. 


            Chile le salió a pelear cada pelota a partir de la mitad de la cancha al campeón , España sólo podía triangular en su terreno, ahí donde no hacía daño, cuando quería cruzar la línea media le caía toda la intensidad de la roja sudamericana. Si Iniesta intentaba encarar, tenía en un espacio de dos o tres metros a Isla, Silva y Vidal, si es que llegaba a pasar, se encontraba con  Díaz y Medel, imposible. Diego Costa nunca recibió en ventaja y jamás con tranquilidad, tendrá pesadillas el Lagarto con ese petizo que con 171 cm que le ganó todas las veces por arriba. Silva (el español) no fue ni la sombra del tipo que deslumbra en Manchester, esta vez Aranguiz, Díaz y Jara se lo comieron con zapatos, el partido era muy bravo para un tipo tan frío. Alonso y Busquets nunca pudieron dar inicio al ataque ibérico, no tenían a quien dársela, estaban todos marcados, para peor, cuando querían poner la pausa, llegaban Alexis y Vargas a molestar y así nació la apertura de la cuenta. Los laterales del campeón vigente tuvieron un partido desastroso,  no influyeron en ninguna de las dos áreas, no le ganaron un mano a mano ni a Isla ni a Mena, y cada vez que Sánchez y Vargas quisieron pasar, lo hicieron. La pareja de centrales de la roja europea mostró que son fuertes, que cabecean muy bien, pero el par de ardillas de blanco los mataron a diagonales, bicicletas y fintas. Ni siquiera les podían pegar. No me referiré demasiado a Casillas, su carrera exige respeto de mi parte, por mas que su confianza esté por el piso.
           
            Pero Chile, Chile fue un terremoto grado 8,8 seguido de un tsunami, un equipo con pasión, con orden, con personalidad, con talento, que jugó un partido casi perfecto, con nombres propios que se grabaron a fuego en la memoria colectiva (a partir del miércoles 18 de junio hablaremos de don Gonzalo Jara y se escribirán leyendas sobre el partido que jugó Gary Medel) Y sólo así se podía ganar un duelo tan importante como este, contra el campeón del planeta, en una copa del mundo jugando en el escenario mas importante del orbe, en la plaza de san Pedro del fútbol, el Maracaná. Este era un partido de verdad, con todas sus letras, con todos sus bemoles, no hay matices para un partido así. España no podría haber jugado más en serio, ni siquiera en el mismo escenario el 13 de julio en la final.

            No podemos asimilar aún lo que vivimos, este triunfo nos lleva a otra categoría a la de aquellos equipos que le ganan a los campeones del mundo, un equipo en serio, que le  habla a la cara a la Copa y la mira a los ojos. “Venimos a competir” le dijimos al mundo, en la caja de resonancia mas grande.

            Ojalá podamos ver que después del 0-2 a España, nuestro fútbol perdió la virginidad, le sacó las ruedas chicas a su bicicleta, se graduó y se fue a vivir sólo. Saltamos una valla que nos debe impulsar a ser de verdad, a lograr ganar algo.

            Y ahí estuve yo, camuflado entre 40.000 camisetas rojas, imperceptible entre 40.000 voces que entonaron el himno patrio como si se les fuera la vida en ese intento, ahí en ese glorioso momento, en ese sublime instante, cuando el Maracaná retumbaba al son de la hermosa composición de Eusebio Lillo y los ojos de todos quienes nacimos entre Visviri y Tierra del Fuego se nos llenaron de lágrimas. Cuando una selección fue mas local que los propios brasileños, cuando esa catedral del balón pie gritó mas que en un Flu-Fla, cuando Rio fue una extensión de nuestro país y Copacabana fue por una noche la Plaza Italia. Ahí, en ese mítico instante, España había abdicado al trono mundial.

            Estos jugadores nos darán más alegrías, podemos perder esta copa, podemos no ser campeones del mundo (los rivales también juegan), pero ellos nos representan y los admiramos, los goles llegaron desde Renca y Puente Alto, comunas pobladas, humildes, verdaderas, del Chile real, pujantes y corajudas, una del norte de la capital, la otra del sur. Y junto a ellos, nosotros, los que estuvimos durmiendo 3 noches en aeropuertos para llegar a una ciudad tan inhóspita como Cuaibá, con un calor sofocante desde las 08:00 am. Estamos los que fuimos llenando Rio de a poco, los que caminamos desde Leme a Ipanema con una bandera tricolor, los que comíamos poco y nada. Y están los que hacen el aguante desde acá, que sufren al ver la TV, que piensan en como llegar a Octavos o Cuartos, que cotizan los pasajes para la final. Y es que somos todos los que queremos ser campeones del mundo, somos un sueño (“Chile tem sonho”, como decía un gran amigo por las calles de Rio a cuanto Brasileño lo quisiera escuchar) somos la esperanza y somos la rebeldía de once jóvenes dentro de una cancha. Hoy y hasta el 13 de julio, somos pura ilusión.

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