Madrugada helada, congelada del 29 de
junio, son las 02:30 am y en mi mente sólo se repite una imagen: la agarra
Mauricio Pinilla a la entrada del área brasileña, octavos de final de Copa del
Mundo, minuto 119, saca un bombazo, el mismo que sacó en toda su carrera y la
pelota, caprichosa y orgullosa como toda mujer, decide irse al travesaño y
dejarnos con el grito de gol en la garganta, con la clasificación quemándose en
la puerta del horno, con los sueños truncados…
Pero
ese fue sólo un capítulo de esta historia, el capítulo más cruel, pero no fue
ni el final ni el inicio, y para intentar entender por qué la pelota pega en el
travesaño en el minuto 119 y monedas, hay que ver desde el principio. Por mas doloroso
que sea.
El
duelo fue de verdad, dos equipos que se mostraron los dientes desde el primer minuto,
hubo mucho roce, pierna fuerte y recriminaciones de lado y lado. Brasil salió
con sus líneas algo adelantadas, buscó acertar el primer golpe y así sacar a
Chile a un suicidio colectivo, y hasta la apertura de la cuenta, el plan le
resultaba más o menos perfecto, ya que a los 19 minutos de partido cae un tiro
de esquina de Neymar, Vidal pierde la marca de Thiago Silva y Jara la manda
contra propia puerta (más tarde la FIFA le daría el gol a David Luiz). Ahí el
cotejo cambió, los locales esperaban sigilosos la venida de los de rojo de
forma torpe a buscar el empate, pero eso no sucedió, al contrario, Chile se
afirmó atrás, controló el ataque amarillo y pareció esperar el descanso y salir
por todas en el complemento, mas no fue necesario, antes del cierre de la
primera etapa, Eduardo Vargas recupera una pelota que Hulk cedió a Marcelo, se
la entrega a Alexis y el tocopillano la manda a guardar en la ratonera inferior
del arco de Julio César, cayó el empate
y con él, un nuevo partido empezaba.